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Violeta Parra – Dentro y Fuera del Libreto

Su historia ha sido reconstruida por cientos de voces cercanas, pero hasta hoy, en el año de su centenario, aún hacía falta la suya: Violeta Parra en sus palabras, el título publicado por PeriodismoUDP-Catalonia, reúne 14 entrevistas que van desde 1954 a 1967, y que arrojan, en primera persona, un retrato fresco e iluminado de la cantautora y artista chilena.

DE no habérselo relatado ella misma a la grabadora, el denso y amargo recuerdo de ese día pudo haberse extraviado con los años o entre sus cuadernos o madejas de lana: “Me obligaron a aceptar un nombre cuyos trabajos no me agradan”, le dijo Monsieur Farré, el director del Museo de Artes Decorativas del Louvre de París, a pocos días de que el nombre de Violeta Parra desapareciera de la pizarra en la que se anunciaban las exposiciones de su siguiente temporada. “No puede ser”, contestó ella, “se me ocurre que la comisión no vio mis trabajos”. Operada poco antes de apendicitis, la artista y cantautora chilena tomó un taxi hasta el Hotel de Flandre, en el Barrio Latino, donde días antes se había instalado junto a sus tres hijos, su guitarra y varios metros de tela. Estaba desolada.


Al rato volvió al edificio con algunas arpilleras sobre la espalda. El mismo Farré la recibió: “Prométame no estar preocupada y no llorar de aquí al jueves. Esto se arregla”. Pero ese jueves la hermana de Nicanor, la mujer que este año hubiese cumplido 100 años no tuvo ánimos para levantarse. En su lugar envió a su hijo Angel, quien al cabo de unas horas volvió a la habitación con la cara luminosa.


“Del museo llamaron a la Embajada de Chile, diciendo que la exposición era muy importante y que deberían tratar de ayudarme. Respondieron que sí, que mandarían a ver mis trabajos, pero que anticipaban que no había presupuesto para actividades culturales. Después Jorge Edwards -entonces secretario de la embajada chilena en París- me contactó con la oficina de Corfo, donde Angel Meschi dijo: ‘Yo me cuadro con Violeta Parra’, y me dio 200 dólares para mandar a imprimir el catálogo”, contó ella al entonces reportero de la revista Ercilla, Juan Ehrmann, en un artículo que no sería publicado sino hasta su retorno a Chile, en agosto de 1964.


El resto se sabe y recuerda, pero no todo: en Francia, en abril del mismo año, el Pabellón de Marsan abrió una mañana exhibiendo 23 obras suyas con cuecas y tonadas grabadas por ella de fondo. “El primer tapiz lo compró la baronesa de Rothschild; el segundo, Arturo Prat -un “amigo aristócrata”, según le contaría años más tarde y por carta Violeta Parra a su futuro esposo, Gilbert Favre-; el tercero, un fotógrafo francés; el cuarto, Angel Meschi”, anotó el periodista en su crónica, a la que tituló, sin más ni menos, La que cantó en París.


“La baronesa pagó como baronesa. Los chilenos pagaron como chilenos. Fueron los mismos tapices que, cuando los expuse a orillas del Mapocho -siguió Violeta ante la grabadora-, no los vio la gente. Mi mayor gusto fue cuando vi entrar a la exposición a Germán Gassman”, director de la Feria de Artes Plásticas del Parque Forestal de Santiago, donde expuso en 1959 y 1960. “Seguramente fue a la copucha. Entró al son de las mismas cuecas que en la feria me silenció. ‘Estas son las arpilleras del Mapocho’, le dije”. La anécdota vuelve a ser recogida en una de las 14 entrevistas reunidas en Violeta Parra en sus palabras, el volumen que acaba de llegar a librerías como parte de la colección Tal Cual de PeriodismoUDP-Catalonia.


“Lamenta uno que las entrevistas de Violeta Parra con medios escritos y radiales no sólo hayan sido pocas… sino que en muchos casos también dejen gusto a poco. (…) La creadora chilena parece haber sido vista por parte de la prensa de su época como una investigadora, intérprete y autora ocupada por fuera de las clasificaciones que muchos medios mantenían en sus páginas de espectáculos o de cultura; por lo tanto inubicable en las unas y en las otras”, escribe en el prólogo Marisol García, responsable de la búsqueda y recopilación de las entrevistas publicadas y transmitidas por radio y televisión entre 1954 y 1967, poco antes de su muerte, y tanto en Chile como en Argentina, Francia y Suiza.


Cantos y alaridos


Con 37 años y casada con un hombre ajeno al arte, aunque “colaborador en sus programas radiales”; madre de tres hijos y otro en camino, Violeta Parra ya desempolvaba, medio en verso y coqueta en 1954, sus orígenes cerca de Chillán. También su temprano acercamiento con la música y hasta un retrato hablado de su familia: “Mi padre, aunque profesor primario, era el mejor folclorista de la región (…). Mi madre cantaba las más hermosas canciones campesinas mientras trabajaba frente a su máquina de coser. (…) Mi interés por el folclor español nació a iniciativa de mi hermano mayor” y “él me mandó a buscar canto”, decía sobre Nicanor Parra, mientras que del cuequero Roberto años después se referirá como un poeta “vulgar de alta calidad”.

De sus hijos no hablará nunca más allá de lo estrictamente sanguíneo, eludiendo siempre, escurridiza, cualquier opinión acerca de su carrera como músicos: “Como madre de Angel e Isabel no puedo definirlos artísticamente. Sería un tanto feo que yo misma hiciera propaganda a mi familia. En todo caso, como hijos sólo me han dado satisfacciones”, declaró en 1966 a la revista chilena Aquí Está. “Como mujer y esposa, mi Gringo (Gilbert Favre) tiene la palabra (…); como madre, creo que debo ser un demonio de siete cabezas. Y como artista soy una hormiguita que busca bajo la tierra dónde poder refugiar su corazón”, agregó.


“Era muy perspicaz. Aguda. No tenía un libreto y salía del paso con respuestas breves, muchas veces con respuestas pícaras y respondiendo lo que quería responder, que no son grandes detalles sobre su pareja o sus hijos, aunque nunca esquivando esas preguntas del todo. Tiene mucha gracia, simpatía con los entrevistadores, hasta con los más impertinentes”, dice Marisol García.


Dardos a quemarropa


El encuentro en su taller en Ginebra con Madeleine Brumagne, de la Sociedad Suiza de Radiodifusión y Televisión, en 1964, es una de las transcripciones más extensas e incómodas del libro. Casi al final de la conversación -un tira y afloja rudo por parte de la periodista-, esta última dice: “Es una cuestión de flojera” pintar todo lo que se tenga que pintar de negro sobre una tela para no lavar más de una vez el pincel. Violeta Parra respondió: “No, pero es que no es lo mismo limpiar el pincel que hacer un personaje. Tendría que tener una secretaria para que me lave los pinceles y así tenerlos siempre limpios”.


“También es curioso ver cómo se perfila a sí misma como artista, sobre todo cuando se refiere a sus modelos a seguir”, cree Marisol García. El nombre de una de ellas se repite una y otra vez: “La única intérprete verdadera es Margot Loyola. ¡Qué pena me da ver a tantos elementos de calidad, como el Dúo Rey Silva, el Dúo Bascuñán-Del Campo, y Margarita Alarcón y otros que no tienen una orientación clara respecto a cómo es el folclor!”, declaró en una entrevista a la revista Ecran en 1954, titulada Una tarde con Violeta Parra. Años después, sin embargo, volverá a referirse a su colega investigadora y folclorista, aunque con distancia, con Norberto Folino de la revista argentina Vuelo, de 1962: “Ella comenzó antes que yo, pero hay una diferencia en nuestros trabajos. Yo recogí lo que ella no apreció del todo. Ella es mujer de ciudad urbanizada. Yo le doy mayor importancia a la expresión legítima del pueblo”.


Más que una crítica, para García sus palabras denotan las diferencias entre ambas: “Sé que Violeta se fue acercando a ella con los años, aunque me parece interesante que establezca esas distinciones que están lejos de ser un ataque, y eso es evidente al leer otras declaraciones. Lo que une estas entrevistas es la coherencia de una mujer que intenta enseñar. Su carácter didáctico. Ella tomaba las entrevistas, con quien fuera, como una oportunidad de compartir lo que veía como su misión, que era difundir no su obra ni sus ideas ni su arte: ella prefirió hablar del folclor chileno, y un gran ejemplo es el de Víctor Jara, a quien resaltó mucho antes de que él grabara su primer disco”, añade la periodista.


Cuando le insistieron por las “figuras descollantes de la música chilena”, Violeta Parra vuelve a nombrar a Margot Loyola, pero otros reciben sus arañazos: “Como conjuntos, el más destacado era el Cuncumén. Digo era, porque con su última presentación en el Municipal las cosas cambiaron: perdieron la autenticidad y, completamente disfrazados, partieron a Europa presentando nuestras canciones en una mezcla de teatro, mimo, ballet y arte popular, sin enfocar el asunto desde un ángulo positivo para la danza y música chilenas. (…) Hay -sin embargo- un elemento masculino que interpreta las canciones folclóricas increíblemente bien, y que es Víctor Jara”, comentó a El Siglo en 1961.

En la misma charla apuntó con el dedo también a los nuevos sonidos que se colaron en Chile esos años: “En este momento de terrible invasión de música extranjera, especialmente norteamericana (sin ofender a Paul Anka), hay que valerse de todos los elementos musicales para entrar de una vez por todas en el oído del público, el cual no está entregado por su propio gusto a esta música extranjera, sino porque la radio se la ha macheteado en la cabeza”.


Otros de sus dardos fueron a dar hacia las autoridades, allá por 1966: “Realmente no puedo definir a nuestro pueblo. Creo que son los presidentes los que tienen la palabra en esta materia, pues son ellos los que juegan a la pelota con nosotros y nos definen a su propio gusto y antojo”. También a la prensa chilena, a la que subió y bajó en una entrevista televisada en Suiza, sin fecha conocida aunque emitida en 1970, después de su muerte, el 5 de febrero de 1967, hace 50 años: “Para ellos la palabra folclor ya es algo racista. (…) Cada vez que me meto en política, esa gente (los burgueses) se enoja conmigo; quisieran que sólo fuera cantante”.


“Hay algo valioso en cada entrevista pues recorren por varias líneas en paralelo dentro de ella: su vida, su trayectoria artística y su propia configuración de todo”, opina la investigadora. “Sin embargo, yo creo que lo más relevante, en términos artísticos, es cómo una artista se ve a sí misma en el tiempo”, agrega. Urge entonces la comparación entre dos fechas frente a la misma pregunta y en la mente de la misma mujer: “Vuelvo a repetir: no soy más que una cantora y, más que eso, pintora. Todo lo que hago es porque me nace así. Escribo, pinto y canto en forma espontánea e instintiva”, respondía algo molesta, cansada y decepcionada para 1966.


Pocos días después, para el Año nuevo de 1967 y un mes antes de suicidarse en su carpa en La Reina, concedió una última entrevista a René Largo Farías, de Radio Magallanes: “(…) Y después de conocer de cerca el paisaje de Chile, así milímetro a milímetro, surgieron las canciones que ya mencioné: Gracias a la vida, Volver a los 17 y el Run Run se fue pa’l norte, (…) las más lindas, las más maduras… Perdónenme que diga canciones lindas habiéndolas hecho yo, pero qué quieren ustedes: yo soy huasa y digo las cosas sencillamente, como las siento. (…) Yo estoy contenta de considerarme, en estos momentos, como compositora. En 1967”.

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